sábado, 6 de mayo de 2017

Perón y lo fundamental de la Unión argentino - chilena


Reportaje, Santiago de Chile, febrero de 1953.

-¿Cree V.E.  que  Chile y la Argentina podrían influir en la solución de los problemas que afligen  al mundo?  En caso afirmativo. ¿querría V.E. indicar en qué
forma podrían hacerlo?
-Argentina  y  Chile  son,  en  el  concierto  mundial,  pequeños  países  por  su  poderío  material,  pero  no  siempre  la  historia  fue  escrita  por  las  naciones  ricas  y
poderosas. Creo que frente a los Imperialismos materialistas que dominan en el mundo, Argentina y Chile pueden influir en la solución de los problemas de la
humanidad si tienen en cuenta, por lo menos:
1) que ya los problemas de la humanidad no pertenecen al dominio de los gobiernos, sino de los pueblos.
2) que la solución solamente puede estructurarse sobre la base de naciones justas, soberanas y libres.
3) que la dignidad de los pueblos y la dignidad de los hombres es fundamental como objetivos para la solución de todos los problemas humanos.
4) que en todos los casos es necesario "hacer lo que los pueblos quieren".
5)  que  la  política  internacional  ha  de  abandonar  las  viejas  prácticas  de  la  diplomacia  formalista  y  realizarse  sobre  bases  de  absoluta  sinceridad  y
reciprocidades mutuas.
6) que todas las naciones, como los hombres, son iguales en el concierto internacional.
7) que cada gobierno debe hacer la felicidad presente de su pueblo y mediante ella la grandeza futura de su patria.
8)  que  la  felicidad  del  pueblo  puede  alcanzarse  tratando  de  armonizar  los  valores  espirituales  con  los  intereses  y  los  derechos  del  individuo  con  los  de  la
comunidad.
-¿Considera V.E. factible la aplicación de la doctrina justicialista en Chile, dadas las especiales condiciones de vida de ese país?
-El Justicialismo es una doctrina argentina y para los argentinos, pero sus principios generales de contenido profundamente cristiano y humanista pueden ser
aplicados en cualquier país del mundo.
Como tercera posición ideológica distinta del capitalismo y del comunismo yo la ofrecí al mundo como solución en 1947. Puede ser aplicada en Chile.
No nos interesa que se diga o no que lo que se aplica es el Justicialismo. Lo que importa es que los pueblos, y el chileno en particular, consigan su felicidad mediante la justicia, la libertad y la soberanía, que son las tres banderas del Justicialismo.
-¿Estima usted, Excelencia que debe llegarse a la completa unión política y econ6mica de los países americanos?
-No sólo lo creo sino que lo auspicio y lo propugno. Si no nos adelantamos a los hechos, la evolución natural de la historia nos obligará a la unión. En esto
como en todas las cosas de la vida es mejor conducir los acontecimientos que dejarse arrastrar por ellos.
La unión política y económica americana debe hacerse sobre la base de naciones justas, soberanas y libres.
-Cree usted en la conveniencia de una reuni6n de presidentes latinoamericanos en Chile o cualquier país americano?
-Una reunión de presidentes latinoamericanos en Chile o cualquier otro país americano sería interesante cuando todos estén dispuestos a servir al interés de sus propios pueblos sin tener en cuenta ningún otro interés aparte de la libertad de América.
El  mundo  entero  sólo  podría  organizarse  y  resolver  sus  problemas  mediante  el  acuerdo  de  gobiernos  que  representan  naciones  justas,  soberanas  y  libres.
De lo contrario, una reunión semejante regional o mundial estaría condenada al fracaso.
Las  conferencias  internacionales  de  cualquier  naturaleza  que  fueran  no  pueden  ser  dirigidas.  Deben  ser  libres,  y  para  ello  deben  estar  integradas  por gobiernos libres de pueblos también libres.
-¿Estima usted, Excelencia, que se inicia ahora la unión económica de América del Sur? ¿Si su contestación fuera afirmativa en qué se basa para estimarlo así?
-Pienso que América del Sur debe unirse. El resto del mundo está agotando sus reservas territoriales. Nosotros las tenemos en  abundancia v sin explotar. Es lógico pensar que las luchas del futuro serán económicas y que ellas se orientarán hacia los países que tengan más reservas de territorios y más riquezas que explotar en ellos. El futuro nos impondrá la unión económica de América del Sur. Si no  nos adelantamos a  los hechos es  posible también que la lucha nos encuentre desunidos.
En este caso seremos fácil presa del primer "vencedor" que llegue. sé si mi visita a Chile y las resoluciones que adoptemos con el General Ibáñez serán el comienzo de la unión económica sudamericana. Todo depende de cómo sepamos cumplir nuestra misión. Por mi parte pienso que hablar de unión económica es empequeñecer el panorama. Creo que debemos hablar más bien de la unión de nuestros pueblos. Siempre distingo unión de unidad. La unión se realiza entre unidades nacionales. Chile y Argentina pueden unirse.
La unión entre naciones por otra parte exige que se trate de naciones Justas, soberanas y libres . . . Sin esta condición puede confundirse unión con anexión .
.  .  ¡y  ésta  es  una  palabra  que  no  se  puede  pronunciar  entre  pueblos  que  tienen  dignidad!  Si  Argentina  y  Chile  prueban  que  su  unión  es  eficiente  serán  el núcleo básico que aglutinará después a toda la América del Sur.
-Se  ha  dicho  por  la  prensa  chilena  y  extranjera  que  este  Tratado  Comercial  derribará aduanas  y  aranceles  aduaneros.  ¿Es  posible  esto  y  cómo?
-La unión a que me he referido, va más allá de los problemas aduaneros. Yo le contesto una sola cosa; lo importante es que los pueblos quieran. Y no olvide usted  que  ésta  "es  la  hora  de  los  pueblos"  .  .  .  y  que  los  pueblos  de  Chile  y  de  Argentina  quieren  eso  .  .  .  ¡y  mucho  más!  Lo  demás  ya  lo  arreglarán  los abogados y los técnicos.
-¿Argentina    estaría   dispuesta   a   firmar   convenios   con   otros   países   de   América   del   Sur,   como   Bolivia,   Brasil,   Paraguay,   por   ejemplo?
-Esta   pregunta,   tiene   toda   su   respuesta   contenida   en   lo   que   acabo   decirle.   Los   gobiernos   ya   no   hacemos   nuestra   voluntad   a   espaldas
del pueblo. Debemos limitarnos a cumplirla. Son los pueblos quienes van imponiéndose al destino . . . 
Yo  dije  un  día  en  mi  Patria:  "me  siento  empujado  por  mi  pueblo  hacia  el  porvenir  .  .  ."  Y  ésta  es  una  verdad  que  sólo  sabemos  y  sentimos  los  hombres  a
quienes nos toca al mismo tiempo, la gloria y la responsabilidad de cumplir con un destino inexorable: el que nos marca el pueblo. Bolivia, Brasil, Paraguay . . . 
toda América integrará algún día la unión que nosotros tal vez iniciamos como núcleo fundamental aglutinante.
No sé si para ellos la hora oportuna es ésta o la de mañana. Sólo me animo a decir que el año 2000 nos hallará unidos o de lo contrario dominados.


-¿Cree usted Presidente que fuera de estos convenios comerciales se podrían firmar entre los países de América del Sur pactos  bilaterales de ayuda mutua y defensa?
-Lo mismo vale para lo de los pactos bilaterales de ayuda mutua y defensa. Los gobiernos debemos hacer lo que los pueblos quieren.
-¿No estima usted que América del Sur debe realizar una política nueva de defensa de sus materias primas?
-La defensa de nuestras materias primas forma parte de la defensa de nuestra vida política, social y económica. Ya le he dicho que la lucha del mundo futuro será  influida  por  el  factor  económico  .  .  .  y  este  no  puede  ser  desvinculado  del  grave  problema  de  las  materias  primas.  La  unión  económica  de  dos  o  más pueblos no puede hacerse sin tener "al tiro" como dicen los chilenos una solución para defender nuestras materias primas.
-¿Qué trascendencia le da usted personalmente a su viaje a Chile?
-Todo  cuanto  acabo  de  decirle  es  mi  mejor  respuesta.  Mi  viaje  a  Chile  tendrá  la  trascendencia  que  quieran  darle  los  chilenos  y  los  argentinos.  Si  nuestros pueblos quieren lo que nosotros sus gobernantes logremos acordar, con visión panorámica de un gran porvenir, este viaje será  trascendente. De lo contrario no pasará de ser un gesto de amistad entre dos hombres.
Creo,  sin  embargo,  que  los  pueblos  no  quieren  gestos  sino  realizaciones,  no  quieren  palabras,  sino  verdades,  no  desean  promesas,  sino  hechos.  Y  creo también, que los pueblos de América sienten llegada la hora que el destino les ha asignado en el concierto de la historia.
Si yo no me equivoco demasiado, este viaje y estas entrevistas de dos Gobiernos y de dos pueblos no pasarán en vano por la historia de América.

IV
- O'HIGGINS Y SAN MARTÍN
 
Discurso en la cene anual de camaradería de las Fuerzas Armadas de la Nación, 7 de julio de 1953.
Las Fuerzas Armadas de la República celebran hoy el aniversario de la Independencia que lograron en los días heroicos de la emancipaci6n americana. Todos los años, y en vísperas de esta misma techa, los hombres que tenemos el honor de revistar como soldados en el Ejército Argentino nos reunimos para templar el espíritu con el recuerdo de las glorias pasadas a fin de que ese mismo temple antiguo de los varones que nos dieron esta tierra que servimos, nos mantenga despiertos y firmes en esta eterna guardia que montamos por la justicia, por  la soberanía y por la libertad de nuestro pueblo.
Pero  esta  vez  nos  acompañan,  como  en  los  días  heroicos  de  la  primera  libertad,  los  sentimientos,  los  altos  ideales  y  la  voluntad  mancomunada  del  pueblo chileno, que representa el Presidente Ibáñez. Su presencia nos recuerda esta noche las palabras que pronunciara en Chile el general Las Heras en 1863, ante el  bronce  fresco  del  Libertador  San  Martín,  diciendo:  Que  hubo  una  época  gloriosa  en  la  historia  de  este  continente  en  que  todos  los  americanos  éramos compatriotas unidos por el doble vínculo de nuestro común infortunio y nuestros comunes esfuerzos por la independencia.
Es el pueblo chileno y son sus ejércitos, cuya memoria será eterna como la fama de sus virtudes, quienes nos acompañan en la persona  del señor general Ibáñez, que lo mismo ha sabido concitar la opinión de sus conciudadanos en las lides políticas, tan difíciles y duras en los  tiempos que corremos, como llevar sobre sus hombros la responsabilidad de preparar los ejércitos de Chile para las horas amargas de una lucha que él mismo convertiría después en un tratado de paz y de amistad con el pueblo hermano del Perú.
Esta  nuestra  tradicional  reunión  de  camaradería  militar  está  completa  en  esta  noche,  que  nos  recuerda,  con  otro  escenario  y  en  otros  tiempos,  las  noches apacibles  que  solían  darse  para  el  "Ejército  de  los  Andes  y  de  Chile"  entre  las  duras  jornadas  de  la  gesta  común  libertadora.  Los  soldados  de  San  Martín, acostumbrados  desde  1817  a  la  compañía  noble  y  generosa  de  los  chilenos,  sentimos,  en  la  persona  del  general  Ibáñez,  la  presencia  de  los  soldados  de O'Higgins, cuya tradición de honor y dignidad tiene su justa expresión en este ilustre chileno, que nos trae, con su visita, el espíritu de la Escuela de Caballería de Quillota, orgullo de las fuerzas armadas que custodian la dignidad y la soberanía del pueblo chileno.

El llamado de San Martín
 
Han  cambiado  los  tiempos  desde  aquellos  años  difíciles  y  duros  en  que  chilenos  y  argentinos  sentíamos  sobre  nuestras  espaldas  la  responsabilidad  de  la primera liberación americana, bajo el acicate tenaz y permanente de nuestros grandes Capitanes. Sobre aquel encuentro de nuestros pueblos y de nuestros ejércitos  ha  pasado  también  el  tiempo.  Durante  más  de  un  siglo  hemos  dejado  de  oír  el  ignoto  llamado  de  San  Martín,  que  expresaba  como  la  única  pero inexplicable  explicación  de  sus  altas  empresas  idealistas,  diciendo  para  la  historia  de  su  genial  desobediencia:  Debo  seguir  el  destino  que  me  llama.
Durante más de un siglo chilenos y argentinos hemos dejado que manos extrañas apagasen, con silencios incomprensibles y a veces inconfesables, la voz de nuestra propia sangre derramada en una comunión sin fronteras y sin límites por la libertad americana.
En este largo intervalo del tiempo que nos separa de nuestra primera unión sólo en contadas excepciones ha sido quebrado el silencio de nuestras fronteras espirituales, cerradas a todo llamamiento.
Así, por ejemplo, durante 90 años han sido silenciadas ante nuestros pueblos las palabras que la gratitud chilena de don José Victoriano Lastarria pronunciara en  1863;  y  hoy  nos  sorprende  por  eso  el  re-cuerdo  de  sus  conceptos  generosos  y  justos  pronunciados  por  él  cuando  Chile  inauguró  su  monumento  a  San Martín:  ¡Una  es  la  gloria  de  estos  pueblos  -dijo  Lastarria-,  una  es  su  historia,  uno  su  porvenir!  ¿Porqué  no  han  de  volver  a  andar  juntos  su  camino  como cuando les trazaba la senda de su libertad el vencedor de Chacabuco y Maipú...?
Y  nos  duelen  las  palabras  de  aquel  tiempo  como  un  reproche  íntimo  por  nuestra inconsecuencia  ante  los  altos  ideales  de  la  gesta  común  libertadora.
Como si un siglo entero hubiese pasado en vano por nuestra historia común, llena de pequeñeces, de pasiones bastardas, de estériles enconos, de rencillas
que son inexplicables si no se mira la deslealtad y la inconsecuencia de los hombres que debían conducir los altos ideales que en 1817 se amparaban bajo la misma  bandera  y  cantaban  incluso  la  misma  canción  fundamental,  sin  resquemores,  ni  recelos,  ni  suspicacias;  como  si  un  siglo  entero  hubiese  pasado  en silencio sobre la primera etapa de nuestra historia común y solidaria, las palabras como entonces, con la misma tremenda acusación, diciéndonos de frente, como se dicen las palabras duras en las horas amargas: Estamos solos. Somos pueblos nuevos y casi huérfanos en el mundo. . . en el centro de la civilización y del  poder  no  se  quiere  creer  en  nuestra  virtud,  en  nuestra  dignidad,  en  nuestra  gloria y  se  pretende  ver  en  nuestra  América  solamente  pasiones antisociales, instintos salvajes en lugar de principios de razón y de justicia. ¡Estamos solos!
Unión fecunda -dice después refiriéndose a la unión de nuestros pueblos-; consagrada por la sangre y el dolor.
¡Que no la recordemos en vano! ¡San Martín era su símbolo, y ya que el héroe revive entre nosotros, que reviva la antigua unidad de los pueblos americanos!
¡Que Bolívar sea el emblema de la  unión de colombianos y bolivianos!  ¡Que el nombre de Hidalgo  reanime  a los mejicanos!  ¡Que  todos juntos  sigamos las huellas de aquellos grandes hombres hasta consumar la obra de la independencia, por medio del triunfo de la democracia!
Este -sigue diciendo Lastarria- es un momento solemne para América.
El viejo mundo le pide cuentas de su independencia...
El imperio del derecho en todas las esferas de la vida es todavía un problema pare la humanidad; y Dios ha querido que América sea quien lo haya de resolver primero.
¡Que no se desdeñen sus dolores! ¡Que no se burlen de sus sacrificios! ¡La misión de América es santa!
Es el combate del derecho y de la verdad contra la fuerza y la mentira.
Pare que esta guerra se termine con gloria, América necesita unir a sus hijos como los uniera en otros tiempos para conquistar su personalidad. Reanimemos el entusiasmo de nuestras glorias pasadas y que el nombre de nuestros héroes sea el de esta nueva liberación!

Desde e siglo pasado nos llegan también las palabras llenas de genialidad y de idealismo pronunciadas por nuestros libertadores, palabras cuyo solo recuerdo aguijonea nuestras almas como el reproche amargo por la más condenable de las infidelidades.
Es el mismo O'Higgins diciéndonos desde 1817: Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata balo las órdenes del General San Martín.
Elevado por la voluntad del pueblo a la suprema dirección del Estado, anunció al mundo un nuevo asilo, en estos países, a la  industria, a la amistad y a los ciudadanos todos del globo. La sabiduría y recursos de la Nación Argentina limítrofe, decidida por nuestra emancipación, dan lugar a un porvenir próspero y feliz con estas regiones.
Es  también  San  Martín  quien  nos  traza  la  ruta  de  sus  ideales  renunciando  a  todo  poder  político  sobre  Chile  ante  la  Asamblea  del  pueblo  chileno  que  lo proclamaba  Gobernador  de  Chile,  con  omnímoda  voluntad,  indicándonos  con  ello  y  definitivamente  que  toda  unión  entre  los  pueblos  de  América  no  podrá realizarse sino bajo el signo de la libertad y la soberanía.
Sin  embargo,  cuánta  difamación  injusta  y  deleznable  hubiese  corrido  por  el  mundo  de  nuestros  tiempos  con  motivo  de  la  carta  del  Libertador  al  Cabildo  de Mendoza,  escrita  casi  al  apearse  de  su  caballo  cubierto  aUn  por  el  polvo  del  combate  de Chacabuco  y  en  cuyo  texto  declara:  Todo  Chile  ya  es  nuestro.
En  estos  momentos  de  la  humanidad,  llenos  de  mentiras  y  de  malas  intenciones,  no  faltarían  los  suspicaces  que  vieran  en  las  palabras  del  Libertador  una confesada intención imperialista, como si sentirnos hermanos no nos otorgase el supremo derecho de llamarnos mutuamente compatriotas, como añoraba ya en 1863 el general Las Heras con los mismos anhelos y sentimientos con que hoy lo añoramos los hombres de aquí o de allá que  todavía creemos que los grandes ideales pueden realizarse entre los hombres.

La clave de nuestro propio porvenir
 
También desde aquellos años difíciles de la Liberación, San Martín nos ha venido señalando la meta de nuestro camino, porque  al decirnos: Debo seguir el destino que me llama, nos está urgiendo a repetir con él la misma sentencia que deberá convertirse en la clave de nuestro propio porvenir, gritándonos desde el fondo inapelable de nuestra historia que Debemos seguir el destino que nos llama.
Si  alguien  osase  preguntarnos:  ¿Desde  dónde  nos  llama?  ¿Hacia  qué  meta  nos  conduce  ese  extraño  llamado  que  se  llama  "vocación"  lo  mismo  para  los pueblos que para los hombres?, la respuesta está bien clara en la historia misma de aquella década heroica de O'Higgins y San Martín, cuyo sentido dinámico nos hicieran olvidar después los hombres pequeños y mediocres que sustituyeron nuestros ideales por el interés, nuestra cultura por la técnica, nuestra verdad por la mentira disfrazada de verdad, nuestros derecho por su mistificación, nuestra justicia por la explotación, nuestra libertad por la entrega consumada en las sombras de la noche y nuestra soberanía por migajas de monedas o por vidrios de colores.
Es el mismo San Martín quien nos llama persistentemente desde 1817 diciéndonos que Chile es la ciudadela de América del Sur,  y su gran ideal de constituir una confederación continental golpea en su corazón extraordinario cuando regresa a Buenos Aires en bien de la América  -como dicen- y se encuentra en el camino con la carta de Pueyrredón que lo interpreta expresándole: ¡Qué bella ocasión para irnos sobre Lima!

Comunidad de sentimientos e ideales
 
Nuestra historia común ha recogido también, entre tantas joyas magníficas que vienen a dar su luz en nuestro tiempo, las palabras 'del embajador argentino Guido, colaborador de la conquista de Chile, íntimo de San Martín; y es él mismo quien declara: que el principal objeto de su misión debía ser estrechar las relaciones  y  vínculos  de  Chile  con  las  Provincias  Unidas  y  establecer  los  principios  y  leyes  que  debían  observar  ambos  países  en  lo  relativo  al  comercio recíproco y con los extranjeros sobre la base de la mutua reciprocidad y conven¡encia.
En  ningún  momento  los  libertadores  de  Chile y Argentina  y  sus  personeros  e  intérpretes  directos  olvidan  que  la  lucha  por  los  altos  y  comunes  ideales  no termina en la independencia y los acuerdos de Argentina y de Chile.
Siempre  es  América,  en  particular  América  del  Sur, el gran objetivo de la liberación,  pero  siempre  sobre  las  bases  comunes  de  acuerdos  mutuos  que  no afecten  la  soberanía  y  la  libertad  de  los  pueblos  emancipados  por  el  ideal  sanmartiniano  y  por  el  esfuerzo  conjunto  de  los  dos  libertadores  cuyos  espíritus presiden, en esta noche extraordinaria, esta comuni6n de sentimientos, de ideales y de voluntad de nuestros pueblos.
A tal punto llega la subordinación del Gran Capitán de los Andes a la soberanía de Chile, que no duda en aceptar, del General O'Higgins, Director Supremo del Estado Chileno, el cargo y las funciones del General en Jefe del Ejército Nacional quese llamó chileno y enarboló la bandera  de Chile, aunque formaban en sus filas todos los soldados argentinos que dieron a las fuerzas  de la liberación la denominación de "Ejército Unido de los Andes y de Chile: nuevo Ejército Libertador  Sudamericano  -como  le  llamaron  San  Martín  y  O'Higgins-,  nuevo  Ejército Sudamericano  con  destinos  solidarios  y  con  glorias  comunes.
También desde las páginas comunes de nuestra historia, San Martín, más allá de sus designios militares, nos habla de la unión de nuestros pueblos, de sus comunes inquietudes y de sus concordantes objetivos culturales, sociales, económicos y políticos.
Pero, así como San Martín insiste en la liberación total de América sobre la base de una confederaci6n de naciones con iguales derechos, soberanas y libres, y  sobre  la  necesidad  de  una  mutua  complementación  social,  cultural-;  económica  y  política,  el  mismo  O'Higgins,  que  comparte  con  absoluta  unidad  de concepción las ideas de San Martín, nos recuerda, en diciembre de 1817, comentando a su pueblo la Campaña del Perú: Esta Campaña fijará los destinos de Chile y  acaso también los de América, señalándonos así el camino sobre cuyas metas se han ensañado la pequeñez de los mediocres y el  egoísmo de los interesados en hacernos olvidar nuestros grandes ideales, que son, desde la decisión común de San Martín y O'Higgins, deberes ineludibles para todos los chilenos y para todos los argentinos.

Señor Presidente, Señores Ministros, Camaradas:
Los recuerdos históricos podrían extenderse casi hasta el límite de lo infinito. Los que he enunciado prueban fehacientemente que no nos hemos equivocado los gobiernos de  Chile y de Argentina cuando en  el Acta de Santiago  que firmáramos el 21 de febrero pasado establecimos solemnemente que era nuestro propósito alcanzar los ideales Comunes e irrenunciables de nuestros pueblos, concretando así el espíritu que animó la unión de Argentina y de Chile en las gestas históricas de la independencia.
[...] Pero en ella no nos hemos olvidado de América, y en un afán generoso que nos impone el espíritu de nuestros pueblos hemos ex-tendido los alcances de nuestros ideales comunes e irrenunciables al ámbito total de las Américas, declarando con la absoluta franqueza que corresponde a dos soldados, uno chileno y otro argentino, intérpretes de dos pueblos dignos cuya voluntad representan, que mediante la  acción conjunta y solidaria de Chile  y de Argentina pretendemos realizar el ideal panamericano de cooperación entre las naciones y pueblos hermanos del Continente.

Libertad y soberanía amenazadas
 
Las  razones  fundamentales  que  nos  impulsan  y  que  nos  alientan  a  realizar  esta  empresa  extraordinaria  nos  llegan,  como  acabo  de  probarlo, de la conformación espiritual de nuestros pueblos, que se nutrieron en sus primeros días de libertad con los altos ideales que obsesionaban, como estrellas polares en la noche de una meta perdida, las miradas y los corazones de nuestros insignes capitanes.
Los tiempos han cambiado en América, pero la libertad y la soberanía de nuestros pueblos siguen amenazadas como en 1817.
Cuando se habla de ellas en el lenguaje formal de los convencionalismos adquiridos, se intenta ocultar habitualmente a nuestros pueblos la dura verdad de los oprobios y de los sometimientos que a veces no queremos confesar.
Ahora va no son los sometimientos ni las opresiones políticas, que por lo menos en 1817 se vestían con uniformes de milicia, los que amenazan o ciegan la libertad y la soberanía de los pueblos de América. Hoy son las inconfesables intenciones de los intereses que pretenden dominar los que, por todas partes, pretenden mantener la división de nuestros pueblos de América para  reinar sobre ellos mediante la  explotación y la esclavitud más oprobiosas de todos los tiempos.
Por  ello,  frente  a  las  nuevas  fuerzas  de  carácter  económico  que  pretenden  dominarnos,  nosotros,  chilenos  y  argentinos,  retomando  los  antiguos  ideales  de O'Higgins y de San Martín, y pensando como ellos en nuestros pueblos y también en los pueblos de América, hemos decidido realizar la unión de nuestras fuerzas  económicas,  creyendo  que,  esta  es  acaso  la  última  hora  que  el destino nos ofrece para  cumplir con la misión que Dios nos tiene reservada en sus eternos designios insondables.
Presentimos  que  el  año  2000  nos  hallará  unidos  o  dominados.  Estamos  seguros  de  que  la  generación del año 2000 será nuestro juez inexorable, y no deseamos que ella nos condene como traidores de nuestros primeros capitanes y menos   aún   como   traidores   de   nuestros   propios   pueblos.
Sabemos que en 1953, como en 1817, la infamia y la calumnia se cernirán sobre nuestros planes y amenazarán nuestros ideales.  Sabemos ya que hablar de unión entre chilenos y argentinos y con la mismas palabras de San Martín y O'Higgins es merecer el encono de la lucha solapada y artera. Sabemos también que  llamarnos  "compatriotas"  es  poco  menos  que  un  delito  del  que  nos  acusan  precisamente  todos  los  mercaderes  que  prefieren  llamar  compatriotas  a  los compradores de libertad y de soberanía.
Pero también sabemos que para dominar a las fuerzas del mal no hay otro camino que el antiguo principio de la conducción que  aplicaron, con tanto dolor y con tanto sacrificio, nuestros mayores: la decisión de vencer. Decisión irrevocable y definitiva
No  debemos  engañarnos  ante  el  porvenir.  Ninguna  clase  de  unión  se  realiza  con  papeles.

Los  pactos  firmados  suelen  ser  a  veces  letra  muerta. 
 
Todas  las  grandes  empresas  idealistas  de  los  hombres  deben  enfrentar  cada  día  la  acción  del  enemigo  que  ahora,  como  en  1817, no se avergüenza  de proponernos, como el virrey de Lima a San Martín, que entreguemos nuestras banderas comunes ofreciéndonos en venta derechos y prerrogativas a cambio de un nuevo acatamiento a los altos dirigentes imperiales.
Sabemos demasiado bien que detrás de nuestras firmas y aun más allá de la letra de cualquier convenio está la fuerza que representa la voluntad mayoritaria de nuestros pueblos, con una ambición insaciable de justicia, de libertad y de soberanía.

Nuestro dilema es definitivo y terminante. 
 
Por  un  camino  se  nos  muestra  la  tranquilidad  interna  e  internacional,  la  ausencia  de  todas  las  infamias,  mentiras y calumnias que suelen respetar a los gobiernos que se entregan, y junto a ese panorama de bonanza, este primer camino nos presenta también el espectáculo de nuestros pueblos escarnecidos y explotados, sobre cuya dignidad se ensañan todos los atropellos de la fuerza.
El otro camino nos muestra un campo de batalla lleno de encrucijadas, especiales para toda traición, para todo sabotaje, para toda emboscada, y nos prepara una permanente y sistemática campaña de difamación pero, en cambio, por ese camino estrecho, ascendente y espinoso, van nuestros pueblos con la frente bien alta, justos, soberanos y libres.
El pueblo de Chile ha visto en el general Ibáñez al intérprete de sus esperanzas porque ha creído en él y en su decisión de elegir el camino de su pueblo; y yo, precisamente por eso, porque creo en el Presidente Ibáñez y porque soy soldado como él de un ejército del pueblo, lo sigo con mi decisión, que es irrevocable y definitiva, como deben ser las decisiones que toman los soldados cuando están en juego los supremos ideales de la Patria.
Algunos piensan -y así lo proclaman- que la empresa es demasiado grande, dura y difícil, y aun se atreven a añadir que es imposible.
Yo me permito contestarles en nombre de los pueblos de Chile y de Argentina que conozco,  siento y quiero con la misma intensidad de mis afectos:
-Si. La empresa es grande, dura y difícil. Es casi imposible, como cruzar en 1817 la Cordillera y empeñar una batalla en Chacabuco. Pero precisamente por eso Dios nos hizo chilenos y nos hizo argentinos; precisamente por eso nos engendraron en la historia San Martín y O'Higgins, y precisamente por eso tal vez entre nuestros pueblos se levanta la Cordillera de los Andes para que mirando sus cumbres y aprendiendo a vencerlas cada día  realicemos el ejercicio diario de vencer, que es la única escuela de los pueblos y de los hombres capaces de realizar las grandes empresas que luego la historia contempla con admiración y con asombro.
Contamos con el apoyo total de nuestros pueblos.
Esto lo saben muy bien, entre nosotros y en Chile, los ilustres camaradas de las Fuerzas Armadas que, venidos del pueblo, conocen sus más íntimos anhelos, y son ellos, precisamente, nuestros camaradas chilenos y argentinos, os testigos de honor ante quienes yo entiendo justo y honrado confiar los pensamientos que inspiran esta nueva liberación que nos proponemos realizar con el mismo espíritu y los mismos ideales que presidieron tas gestas de O'Higgins y de San Martín.

V - EL PROYECTO ABC
En la Escuela Nacional de Guerra, Buenos Aires, 11 de noviembre de 1953.

Señores:
He  aceptado  con  gran  placer  esta  ocasión  para  disertar  sobre  las  ideas  fundamentales  que  han  inspirado  una  nueva  política  internacional  en  la  República Argentina.
Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar a  ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.

El mundo moderno
 
Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.
Es indudable que la evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad. Eso es todo cuanto podemos decir  en  lo  que  se  refiere  a  la  natural  y  fatal  evolución  de  la  humanidad.  Si ese problema lotransportamos  a  nuestra  América  surge  inmediatamente  una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.
Es Indudable que el mundo, superpoblado y superindustrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido por lo menos en una escala tan extraordinaria.  Todos  los  problemas  que  hoy  se  ventilan  en  el  mundo  son,  en  su  mayoría,  producto  de  esta  superpoblación  y superindustrialización,  sean  problemas  de  carácter  material  o  sean  problemas  de  carácter  espiritual.  Es  tal  la  influencia  de  la  superproducción  y  es  de  tal magnitud la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.
Si ése es el futuro de la humanidad, es indudable que estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.

Comida y materia prima
 
Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida. Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.
El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima: valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema  fundamental  del  futuro  es  un  problema  de  base  y  fundamento  económicos,  y  la  lucha  del  futuro  será  cada  vez  más  económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.
En  consecuencia,  analizando  nuestros  problemas,  podríamos  decir  que  el  futuro  del  mundo,  el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.

Ventaja de América
 
Esto es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.
Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos
elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.  
 
Es  indudable  que  nuestro  continente,  en  especial  Sudamérica,  es  la  zona  del  mundo  donde  todavía,  en  razón  de  su  falta  de  población  y  de  su  falta  de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.
Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.

La amenaza
 
Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado -a lo largo  de la historia de todos  los  tiempos-  que cuando se ha  carecido  de  alimentos  o  de  elementos  indispensables  para  la vida, como serían las materias primas y otros,  se  ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza. Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados  y superindustrializados,  que  no  disponen  de  alimentos  ni  de  materia prima, pero que tienen un extraordinario poder jueguen ese poder para despojarnos de los elementos de que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades.  Ahí está el problema planteado en sus bases  fundamentales, pero también las más objetivas y realistas.
Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días. No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.

Defensa común
 
Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa en común.
Si esas circunstancias  no  son  suficientes, o ese hecho no es  un factor que gravite  decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.
Si  cuanto  he  dicho  no  fuese  real,  o no fuese cierto,  la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más ó menos abstracta o idealista.

Las uniones americanas
 
Señores:  es  indudable  que  desde  el  primer  momento  nosotros  pensamos en  esto, analizamos  las  circunstancias y observamos que, desde 1810  hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del    Continente en una unión de distintos tipos.
Los primeros surgieron en Chile, ya en los días  iniciales  de  las  revoluciones  emancipadoras  de la Argentina, de Chile, del Perú.  Todos  ellos  fracasaron  por distintas circunstancias. Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria. Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando  Chile propuso eso aquí a Buenos Aires en los primeros días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile. Es decir, que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión. Eso fracasó por culpa de la junta de Buenos Aires.
Hubo varios después que fracasaron también por diversas circunstancias. Pasó después el problema a ser propugnado desde Perú, y la acción de San Martín también fracasó. Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una   unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.
Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra. Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.

Unidos o dominados
 
Llegamos a nuestros tiempos.
Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente.
Pienso  yo  que  el  año  2000  nos  va  a  sorprender o unidos o dominados;  pienso  también  que  es  de  gente  inteligente  no  esperar  que  el  año  2000  llegue a nosotros,  sino  hacer  un  poquito  de  esfuerzo  para  llegar  un  poco  antes  del  año  2000, y llegar un poco en  mejores condiciones  que  aquella  que  nos  podrá
deparar  el  destino  o  mientras  nosotros  seamos  yunque  que  aguantamos  los  golpes  y  no  seamos  alguna  vez  martillo;  que  también  demos  algún  golpe  por nuestra cuenta.
Es  por  esa  razón  que  ya  en  1946,  al  hacer  las  primeras  apreciaciones  de  carácter  estratégico y  político  internacional,  comenzamos  a  pensar  en  ese  grave problema de nuestro tiempo. Quizá en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están suficientemente  alejados  de nosotros.
Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los   pueblos más que los hombres y que los gobiernos.
Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lucidos discursos, pero que terminan al terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos,
que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos, que son los permanentes, porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.
Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizás el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los pueblos, porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.
Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente,  porque mientras sea circunstancial, en el  orden de la política  internacional  no  tendrá  ninguna  importancia.  Por  esa  razón,  y  aprovechando  las  naturales  inclinaciones  de  nuestra  doctrina  propia, comenzamos a trabajar  sobre  los  pueblos,  sin  excitación,  sin  apresuramientos  y,  sobre  todo,  tratando  de cuidar  minuciosamente,  de  desvirtuar  toda  posibilidad  de  que  nos acusen de intervención en los asuntos internos de otros Estados.

El primer plan
 
En 1946 cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición.
No encontramos allí ningún plan de acción, cómo no existía tampoco en IQS ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares
pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regían sus decisiones o designios.

Vale decir que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos iniciativa.
No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizás explicable, pues los pequeños países no pueden tener  en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.
Yo  no  digo  que  nos  vamos  a  poner  nosotros  a  establecer  objetivos  extracontinentales  para  imponer  nuestra  voluntad  a  los  rusos,  a  los  ingleses  o  a  los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.
Vale  decir  que  en  esto,  como  se  ha dicho  y  sostenido  tantas  veces,  hay  que  tener  la  política  de  la  fuerza  que  se  posee  o  la  fuerza  que  se  necesita  para sustentar una política.
Nosotros  no  podemos  tener  lo  segundo  y,  en  consecuencia,  tenemos  que  reducirnos  a  aceptar  lo  primero,  pero  dentro  de  esa  situación  podemos  tener nuestras  ideas  y  luchar  por  ellas  para  que  las  cancillerías,  que  juegan  al  estilo  del  siglo  XVIII,  no  nos  estén  dominando  con   sus  sueños  fantásticos  de hegemonía, de mando y de dirección.

Ponerse adelante
 
Para ser país monitor -como sucede con todos los monitores- ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan. El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación y los demás van a seguir aunque no quieran. De manera que la hegemonía no se conquista. Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simplemente y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país y, en tercer término, el resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.
Por eso, bien claramente entendido, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros, primero la República Argentina, luego el continente y después el mundo. En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa diremos relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos, y que la absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores, en la idea fundamental de llegar  a  una unión en esta parte del continente.
Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa, diremos, unidad económica.
Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas,  sobre la base de una  unidad  económica.  Y  yo  analizo  que  si  nosotros  soñamos  con  la  grandeza  -que  tenemos  obligación  de  soñar-  para  nuestro  país,  debemos  analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.

El A.B.C.
 
República  Argentina  sola,  no  tiene  unidad  económica;  Brasil  solo,  no  tiene  tampoco  unidad  económica;  Chile  solo,  tampoco  tiene  unidad  económica;  pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre  todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. Estos son países reserva del mundo.
Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas de las cuales todavía no hemos explotado nada.
Esa  explotación  que  han  hecho  de  nosotros,  manteniéndonos  para  consumir  lo  elaborado  por  ellos,  ahora  en  el  futuro  puede  dárseles  vuelta,  porque  en  la humanidad  y  en  el  mundo  hay  una  justicia  que  está  por  sobre  todas  las  demás  justicias,  y  que  algún  día  llega.  Y  esa  justicia  se  aproxima  para  nosotros; solamente  debemos  tener  la  prudencia  y  la  sabiduría  suficientes  para  prepararnos  a  que  no  nos  birlen  de  nuevo  la  justicia,  en  el  momento  mismo  en  que estamos por percibirla y por disfrutarla.
Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.
Es  indudable  que,  realizada  esta  unión,  caerán  en  su  órbita  los  demás  países  sudamericanos,  que  no  serán  favorecidos  ni  por  la  formación  de  un  nuevo
agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades.

Vargas e Ibáñez

 
Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los siete años del primer gobierno,
mientras trabajábamos activamente  en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir  esta acción, conversé con los que iban a  ser  presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el General Ibáñez.
Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno; Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo mismo.
Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieran prometido esto para dar el hecho por cumplido porque bien sabia que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran. Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer tenazmente a una realización de este  tipo,  por  cuestiones  de  intereses  personales  y  negocios,  más  que  por  ninguna  otra  causa.  Cómo  no  se  van  a  oponer  los  ganaderos  chilenos  a  que nosotros exportemos sin medida  ganado argentino! ¡Y cómo no se van  a oponer a que solucionemos todos  los problemas  fronterizos para la interacción de ganado, los acopiadores chilenos, cuando una vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino, vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera argentina, vale veinte mil pesos chilenos Ese que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de ese tipo.
Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come el pobre "roto" chileno y que producen ellos. Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.
Por  esta  razón  nunca  me  hice  demasiadas  ilusiones  sobre  las  posibilidades  de  ello;  por  eso  seguimos  trabajando  por  estas  uniones,  porque  ellas  deberán venir por los pueblos.
Nosotros  tenemos  muy  triste  experiencia  de  las  uniones  que  han  venido  por  los  gobiernos;  por  lo  menos,  ninguna  en  ciento  cincuenta  años  ha  podido cristalizar en alguna realidad.
Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.
Senñores: sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: ltamaraty, que constituye una institución supergubernamental. ltamaraty ha
soñado, desde la época de su emperador hasta nuestros días, con una  política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil.
Ella  los  había  llevado  a  establecer  un  arco  entre  Chile  y  el  Brasil;  esa  política  debe  ser  vencida  con  el  tiempo  y  por  un  buen  proceder  de  parte  nuestra.
Debe  desmontarse  todo  el  sistema  de  ltamaraty,  deben  desaparecer  esas  excrecencias  imperiales  que  constituyen,  más  que  ninguna  otra  razón,  los principales obstáculos para que Brasil entre a una, diremos, unión verdadera con la Argentina.
Nosotros con ellos no tenemos ningún problema, como no sea ese sueño de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros, no tenemos ningún inconveniente.

Nosotros  renunciamos  a  todo  eso,  de  manera  que  ese  tampoco  va  a  ser  un  inconveniente.  Pero  es  indudable  que  nosotros  creíamos  superado  en  cierta manera ese problema.
Yo he de contarles a los señores un hecho que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué tenemos la firme convicción de que al final vamos a ganar nosotros, porque procedemos bien. Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio mal procedimiento: por eso, no emplearemos en ningún caso ni los subterfugios, ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.

Conciencia internacional

 
Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mi que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después: el mismo tratado.
Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso. Yo agarraba cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente.
Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando le dijera a mi pueblo que quería hacer eso, sabía que mi pueblo quería lo que yo quería en el orden de la política internacional, porque ya aquí existe una conciencia político-internacional en el pueblo, y existe una  organización. Además la gente sabe que, en  fin, tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo que hacemos.
Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son puntos de vista; son distintas maneras de pensar.
El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno.
Claro  que  él  creyó  que  esto  en  seis  meses  le  iba  a  dar  la  solución;  pero  cuando  pasaron  los  seis  meses  el  asunto  estaba  más  complicado  que  antes.
Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su Parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los  pantalones  y  jugarse  una  carta  decisiva  frente  a  la  política  internacional  mundial,  a  su pueblo,  a  su  Parlamento  y  a  los  intereses  que  había  que  vencer.
Naturalmente,  yo  esperé.  En  ese  ínterin  es  elegido  presidente  el  general  Ibáñez;  la  situación  de  él  no  era  mejor  que  la  situación  de  Vargas,  pero  en  cierta manera llegaba plebiscitado en todo lo que se puede ser plebiscitado en Chile, con elecciones muy su géneris, porque alía se  inscriben los que quieren, y los que no quieren no; es una cosa muy distinta la nuestra. Pero él llega al gobierno naturalmente. Tan pronto llega al gobierno, yo, conforme con lo que habíamos conversado,  lo  tanteé.  Me  dijo:  De  acuerdo;  ¡lo  hacemos.  Muy  bien!  El  general  fue  más  decidido,  porque  los  generales  solemos  ser  más  decididos  que  los políticos. Pero antes de hacerlo, como tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y dije: "Vea, usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo le pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que  le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión"
El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me  da  también  su  representación  para  que  lo  haga  en  nombre  de  él  en  Chile.  Naturalmente  ya  sé  ahora  muchas  cosas  que  antes  no  sabía;  acepté sólo la autorización, pero no la representación.
Fui a Chile, llegué allí y le dije al general Ibáñez: "Vengo aquí con todo listo y traigo la autorización del presidente Vargas, porque yo estaba comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil; de manera que todo sale perfectamente bien y como lo hemos planeado, y quizá al hacerse esto se facilite la acción de Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto".
Llegamos, hicimos allá con el ministro de Relaciones Exteriores todas esas cosas de las cancillerías, discutimos un poco  -poca cosa- y llegamos al acuerdo, no tan amplio como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en algunas cosas y, es claro, salió un poco retaceado, pero salió. No fue  tampoco un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etc.
Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el ministro de  Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas  declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago: que estaba en contra de los pactos regionales, que ése era la destrucción de la unanimidad panamericana. Imagínense la cara que tendría yo  al  día  siguiente  cuando  fui  y  me  presenté  al  presidente  Ibáñez.  Al  darle  los  buenos  días,  me  preguntó:  ¿Qué  me  dice  de  los  amigos  brasileños?
Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los limites a que había llegado el propio ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves de Fontoura. Claro, yo me callé; no tenía más remedio. Firmé el tratado y me vine aquí.
Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha, viejo periodista de gran talento, director de O Mundo en Río, muy amigo del presidente Vargas, quien me dijo:
Me  manda  el  presidente  Vargas  para  que  le  explique  lo  que  ha  pasado en el Brasil. Dice  que  la  situación  de  él  es  muy  difícil:  que  políticamente  no  puede dominar, que tiene sequías en el norte, heladas en el sur; y a los políticos los tiene levantados; que el comunismo está muy peligroso, que no ha podido hacer nada; en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el ministro ha hecho eso, que él tampoco puede mandar al ministro.
Yo me he explicado perfectamente bien todo esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos. Naturalmente, señores, que planteada  la situación en estas circunstancias, de una manera tan plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo, que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera trabajando por esto.
Bien,  señores,  yo  quería  contarles  esto,  que  probablemente  no  lo  conoce  nadie  más  que  los  ministros  y  yo;  claro  está  que  son  todos  documentos  para  la
historia,  porque  yo  no  quiero  pasar  a  la  historia  como  un  cretino  que  ha  podido  realizar  esta  unión  y  no  la  ha  realizado.  Por  lo  menos  quiero  que  la  gente
piense en el futuro que si aquí ha habido Cretinos, no he sido yo sólo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el baile del cretinismo.

Política de unión

Pero lo que yo no quería es dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que cuando llegue el momento en que seamos juzgados por nuestros hombres  -frente a los peligros que esta disociación producirá en el futuro-, por lo menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.
Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido  de  que  un  día  lo  hemos  de  realizar  todo  bien  y  acabadamente,  y  que  tenemos  que  trabajar  incansablemente  por  realizarlo.  Ya  se  acabaron  las épocas del mundo en que los conflictos eran entre dos países. Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los ''grandes conflictos" y no para los pequeños conflictos.
Esta unión, señores, está en plena elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.
Estamos trabajándola, y el éxito, señores, ha  de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, porque, de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y 16 conquista,  difícilmente  no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.
En esto, señores, estoy absolutamente persuadido de que vamos por buen camino. La contestación del Brasil, buscando desviar su arco de Santiago a Lima,
es solamente una contestación ofuscada y desesperada de una cancillería que no interpreta el momento y que está persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos; eso no puede tener efectividad.
La lucha por las zonas amazónicas y del Plata no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y nada más. No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus factores y en todas sus
características.

La integración latinoamericana

Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los problemas, y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros solucionado nuestros  entredichos  con  Estados  Unidos,  tal  vez  esto  favorezca  en  forma  decisiva  la  posibilidad  de  una  unión  continental  en  esta  zona  del  continente americano.
Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un pequeño país; como irán respondiendo otros países del continente, despacito, sin presiones y sin violencias de ninguna naturaleza, así se va configurando ya una suerte de unión.
Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común; primeramente hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el tiempo y con los acontecimientos.
Chile, aun a pesar de la lucha que debe sostener allí, ya está unido con la Argentina.
El Paraguay se halla en igual situación. Hay otros países que ya están inclinados a realizar lo mismo. Si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente a otros
países, no va a  tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y ése será el principio del    triunfo de nuestra política.
La unión continental sobre la base  de la Argentina, Brasil y Chile está mucho más próxima de lo que creen  muchos argentinos,  muchos chilenos y muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabajó por esto.
Lo único que hay que vencer son intereses; pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres deben ser vencidos por aquellos; ésa es nuestra mayor esperanza.
Hasta  que  esto  se  produzca,  señores,  no  tenemos  otro  remedio  que  esperar  y  trabajar  para  que  se  realice:  y  esa  es  nuestra  acción  y  esa  es  nuestra orientación.
Muchas gracias.

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