sábado, 6 de mayo de 2017
Perón y lo fundamental de la Unión argentino - chilena
Reportaje, Santiago de Chile, febrero de 1953.
-¿Cree V.E. que Chile y la Argentina podrían influir en la solución de los problemas que afligen al mundo? En caso afirmativo. ¿querría V.E. indicar en qué
forma podrían hacerlo?
-Argentina y Chile son, en el concierto mundial, pequeños países por su poderío material, pero no siempre la historia fue escrita por las naciones ricas y
poderosas. Creo que frente a los Imperialismos materialistas que dominan en el mundo, Argentina y Chile pueden influir en la solución de los problemas de la
humanidad si tienen en cuenta, por lo menos:
1) que ya los problemas de la humanidad no pertenecen al dominio de los gobiernos, sino de los pueblos.
2) que la solución solamente puede estructurarse sobre la base de naciones justas, soberanas y libres.
3) que la dignidad de los pueblos y la dignidad de los hombres es fundamental como objetivos para la solución de todos los problemas humanos.
4) que en todos los casos es necesario "hacer lo que los pueblos quieren".
5) que la política internacional ha de abandonar las viejas prácticas de la diplomacia formalista y realizarse sobre bases de absoluta sinceridad y
reciprocidades mutuas.
6) que todas las naciones, como los hombres, son iguales en el concierto internacional.
7) que cada gobierno debe hacer la felicidad presente de su pueblo y mediante ella la grandeza futura de su patria.
8) que la felicidad del pueblo puede alcanzarse tratando de armonizar los valores espirituales con los intereses y los derechos del individuo con los de la
comunidad.
-¿Considera V.E. factible la aplicación de la doctrina justicialista en Chile, dadas las especiales condiciones de vida de ese país?
-El Justicialismo es una doctrina argentina y para los argentinos, pero sus principios generales de contenido profundamente cristiano y humanista pueden ser
aplicados en cualquier país del mundo.
Como tercera posición ideológica distinta del capitalismo y del comunismo yo la ofrecí al mundo como solución en 1947. Puede ser aplicada en Chile.
No nos interesa que se diga o no que lo que se aplica es el Justicialismo. Lo que importa es que los pueblos, y el chileno en particular, consigan su felicidad mediante la justicia, la libertad y la soberanía, que son las tres banderas del Justicialismo.
-¿Estima usted, Excelencia que debe llegarse a la completa unión política y econ6mica de los países americanos?
-No sólo lo creo sino que lo auspicio y lo propugno. Si no nos adelantamos a los hechos, la evolución natural de la historia nos obligará a la unión. En esto
como en todas las cosas de la vida es mejor conducir los acontecimientos que dejarse arrastrar por ellos.
La unión política y económica americana debe hacerse sobre la base de naciones justas, soberanas y libres.
-Cree usted en la conveniencia de una reuni6n de presidentes latinoamericanos en Chile o cualquier país americano?
-Una reunión de presidentes latinoamericanos en Chile o cualquier otro país americano sería interesante cuando todos estén dispuestos a servir al interés de sus propios pueblos sin tener en cuenta ningún otro interés aparte de la libertad de América.
El mundo entero sólo podría organizarse y resolver sus problemas mediante el acuerdo de gobiernos que representan naciones justas, soberanas y libres.
De lo contrario, una reunión semejante regional o mundial estaría condenada al fracaso.
Las conferencias internacionales de cualquier naturaleza que fueran no pueden ser dirigidas. Deben ser libres, y para ello deben estar integradas por gobiernos libres de pueblos también libres.
-¿Estima usted, Excelencia, que se inicia ahora la unión económica de América del Sur? ¿Si su contestación fuera afirmativa en qué se basa para estimarlo así?
-Pienso que América del Sur debe unirse. El resto del mundo está agotando sus reservas territoriales. Nosotros las tenemos en abundancia v sin explotar. Es lógico pensar que las luchas del futuro serán económicas y que ellas se orientarán hacia los países que tengan más reservas de territorios y más riquezas que explotar en ellos. El futuro nos impondrá la unión económica de América del Sur. Si no nos adelantamos a los hechos es posible también que la lucha nos encuentre desunidos.
En este caso seremos fácil presa del primer "vencedor" que llegue. sé si mi visita a Chile y las resoluciones que adoptemos con el General Ibáñez serán el comienzo de la unión económica sudamericana. Todo depende de cómo sepamos cumplir nuestra misión. Por mi parte pienso que hablar de unión económica es empequeñecer el panorama. Creo que debemos hablar más bien de la unión de nuestros pueblos. Siempre distingo unión de unidad. La unión se realiza entre unidades nacionales. Chile y Argentina pueden unirse.
La unión entre naciones por otra parte exige que se trate de naciones Justas, soberanas y libres . . . Sin esta condición puede confundirse unión con anexión .
. . ¡y ésta es una palabra que no se puede pronunciar entre pueblos que tienen dignidad! Si Argentina y Chile prueban que su unión es eficiente serán el núcleo básico que aglutinará después a toda la América del Sur.
-Se ha dicho por la prensa chilena y extranjera que este Tratado Comercial derribará aduanas y aranceles aduaneros. ¿Es posible esto y cómo?
-La unión a que me he referido, va más allá de los problemas aduaneros. Yo le contesto una sola cosa; lo importante es que los pueblos quieran. Y no olvide usted que ésta "es la hora de los pueblos" . . . y que los pueblos de Chile y de Argentina quieren eso . . . ¡y mucho más! Lo demás ya lo arreglarán los abogados y los técnicos.
-¿Argentina estaría dispuesta a firmar convenios con otros países de América del Sur, como Bolivia, Brasil, Paraguay, por ejemplo?
-Esta pregunta, tiene toda su respuesta contenida en lo que acabo decirle. Los gobiernos ya no hacemos nuestra voluntad a espaldas
del pueblo. Debemos limitarnos a cumplirla. Son los pueblos quienes van imponiéndose al destino . . .
Yo dije un día en mi Patria: "me siento empujado por mi pueblo hacia el porvenir . . ." Y ésta es una verdad que sólo sabemos y sentimos los hombres a
quienes nos toca al mismo tiempo, la gloria y la responsabilidad de cumplir con un destino inexorable: el que nos marca el pueblo. Bolivia, Brasil, Paraguay . . .
toda América integrará algún día la unión que nosotros tal vez iniciamos como núcleo fundamental aglutinante.
No sé si para ellos la hora oportuna es ésta o la de mañana. Sólo me animo a decir que el año 2000 nos hallará unidos o de lo contrario dominados.
-¿Cree usted Presidente que fuera de estos convenios comerciales se podrían firmar entre los países de América del Sur pactos bilaterales de ayuda mutua y defensa?
-Lo mismo vale para lo de los pactos bilaterales de ayuda mutua y defensa. Los gobiernos debemos hacer lo que los pueblos quieren.
-¿No estima usted que América del Sur debe realizar una política nueva de defensa de sus materias primas?
-La defensa de nuestras materias primas forma parte de la defensa de nuestra vida política, social y económica. Ya le he dicho que la lucha del mundo futuro será influida por el factor económico . . . y este no puede ser desvinculado del grave problema de las materias primas. La unión económica de dos o más pueblos no puede hacerse sin tener "al tiro" como dicen los chilenos una solución para defender nuestras materias primas.
-¿Qué trascendencia le da usted personalmente a su viaje a Chile?
-Todo cuanto acabo de decirle es mi mejor respuesta. Mi viaje a Chile tendrá la trascendencia que quieran darle los chilenos y los argentinos. Si nuestros pueblos quieren lo que nosotros sus gobernantes logremos acordar, con visión panorámica de un gran porvenir, este viaje será trascendente. De lo contrario no pasará de ser un gesto de amistad entre dos hombres.
Creo, sin embargo, que los pueblos no quieren gestos sino realizaciones, no quieren palabras, sino verdades, no desean promesas, sino hechos. Y creo también, que los pueblos de América sienten llegada la hora que el destino les ha asignado en el concierto de la historia.
Si yo no me equivoco demasiado, este viaje y estas entrevistas de dos Gobiernos y de dos pueblos no pasarán en vano por la historia de América.
IV
- O'HIGGINS Y SAN MARTÍN
Discurso en la cene anual de camaradería de las Fuerzas Armadas de la Nación, 7 de julio de 1953.
Las Fuerzas Armadas de la República celebran hoy el aniversario de la Independencia que lograron en los días heroicos de la emancipaci6n americana. Todos los años, y en vísperas de esta misma techa, los hombres que tenemos el honor de revistar como soldados en el Ejército Argentino nos reunimos para templar el espíritu con el recuerdo de las glorias pasadas a fin de que ese mismo temple antiguo de los varones que nos dieron esta tierra que servimos, nos mantenga despiertos y firmes en esta eterna guardia que montamos por la justicia, por la soberanía y por la libertad de nuestro pueblo.
Pero esta vez nos acompañan, como en los días heroicos de la primera libertad, los sentimientos, los altos ideales y la voluntad mancomunada del pueblo chileno, que representa el Presidente Ibáñez. Su presencia nos recuerda esta noche las palabras que pronunciara en Chile el general Las Heras en 1863, ante el bronce fresco del Libertador San Martín, diciendo: Que hubo una época gloriosa en la historia de este continente en que todos los americanos éramos compatriotas unidos por el doble vínculo de nuestro común infortunio y nuestros comunes esfuerzos por la independencia.
Es el pueblo chileno y son sus ejércitos, cuya memoria será eterna como la fama de sus virtudes, quienes nos acompañan en la persona del señor general Ibáñez, que lo mismo ha sabido concitar la opinión de sus conciudadanos en las lides políticas, tan difíciles y duras en los tiempos que corremos, como llevar sobre sus hombros la responsabilidad de preparar los ejércitos de Chile para las horas amargas de una lucha que él mismo convertiría después en un tratado de paz y de amistad con el pueblo hermano del Perú.
Esta nuestra tradicional reunión de camaradería militar está completa en esta noche, que nos recuerda, con otro escenario y en otros tiempos, las noches apacibles que solían darse para el "Ejército de los Andes y de Chile" entre las duras jornadas de la gesta común libertadora. Los soldados de San Martín, acostumbrados desde 1817 a la compañía noble y generosa de los chilenos, sentimos, en la persona del general Ibáñez, la presencia de los soldados de O'Higgins, cuya tradición de honor y dignidad tiene su justa expresión en este ilustre chileno, que nos trae, con su visita, el espíritu de la Escuela de Caballería de Quillota, orgullo de las fuerzas armadas que custodian la dignidad y la soberanía del pueblo chileno.
El llamado de San Martín
Han cambiado los tiempos desde aquellos años difíciles y duros en que chilenos y argentinos sentíamos sobre nuestras espaldas la responsabilidad de la primera liberación americana, bajo el acicate tenaz y permanente de nuestros grandes Capitanes. Sobre aquel encuentro de nuestros pueblos y de nuestros ejércitos ha pasado también el tiempo. Durante más de un siglo hemos dejado de oír el ignoto llamado de San Martín, que expresaba como la única pero inexplicable explicación de sus altas empresas idealistas, diciendo para la historia de su genial desobediencia: Debo seguir el destino que me llama.
Durante más de un siglo chilenos y argentinos hemos dejado que manos extrañas apagasen, con silencios incomprensibles y a veces inconfesables, la voz de nuestra propia sangre derramada en una comunión sin fronteras y sin límites por la libertad americana.
En este largo intervalo del tiempo que nos separa de nuestra primera unión sólo en contadas excepciones ha sido quebrado el silencio de nuestras fronteras espirituales, cerradas a todo llamamiento.
Así, por ejemplo, durante 90 años han sido silenciadas ante nuestros pueblos las palabras que la gratitud chilena de don José Victoriano Lastarria pronunciara en 1863; y hoy nos sorprende por eso el re-cuerdo de sus conceptos generosos y justos pronunciados por él cuando Chile inauguró su monumento a San Martín: ¡Una es la gloria de estos pueblos -dijo Lastarria-, una es su historia, uno su porvenir! ¿Porqué no han de volver a andar juntos su camino como cuando les trazaba la senda de su libertad el vencedor de Chacabuco y Maipú...?
Y nos duelen las palabras de aquel tiempo como un reproche íntimo por nuestra inconsecuencia ante los altos ideales de la gesta común libertadora.
Como si un siglo entero hubiese pasado en vano por nuestra historia común, llena de pequeñeces, de pasiones bastardas, de estériles enconos, de rencillas
que son inexplicables si no se mira la deslealtad y la inconsecuencia de los hombres que debían conducir los altos ideales que en 1817 se amparaban bajo la misma bandera y cantaban incluso la misma canción fundamental, sin resquemores, ni recelos, ni suspicacias; como si un siglo entero hubiese pasado en silencio sobre la primera etapa de nuestra historia común y solidaria, las palabras como entonces, con la misma tremenda acusación, diciéndonos de frente, como se dicen las palabras duras en las horas amargas: Estamos solos. Somos pueblos nuevos y casi huérfanos en el mundo. . . en el centro de la civilización y del poder no se quiere creer en nuestra virtud, en nuestra dignidad, en nuestra gloria y se pretende ver en nuestra América solamente pasiones antisociales, instintos salvajes en lugar de principios de razón y de justicia. ¡Estamos solos!
Unión fecunda -dice después refiriéndose a la unión de nuestros pueblos-; consagrada por la sangre y el dolor.
¡Que no la recordemos en vano! ¡San Martín era su símbolo, y ya que el héroe revive entre nosotros, que reviva la antigua unidad de los pueblos americanos!
¡Que Bolívar sea el emblema de la unión de colombianos y bolivianos! ¡Que el nombre de Hidalgo reanime a los mejicanos! ¡Que todos juntos sigamos las huellas de aquellos grandes hombres hasta consumar la obra de la independencia, por medio del triunfo de la democracia!
Este -sigue diciendo Lastarria- es un momento solemne para América.
El viejo mundo le pide cuentas de su independencia...
El imperio del derecho en todas las esferas de la vida es todavía un problema pare la humanidad; y Dios ha querido que América sea quien lo haya de resolver primero.
¡Que no se desdeñen sus dolores! ¡Que no se burlen de sus sacrificios! ¡La misión de América es santa!
Es el combate del derecho y de la verdad contra la fuerza y la mentira.
Pare que esta guerra se termine con gloria, América necesita unir a sus hijos como los uniera en otros tiempos para conquistar su personalidad. Reanimemos el entusiasmo de nuestras glorias pasadas y que el nombre de nuestros héroes sea el de esta nueva liberación!
Desde e siglo pasado nos llegan también las palabras llenas de genialidad y de idealismo pronunciadas por nuestros libertadores, palabras cuyo solo recuerdo aguijonea nuestras almas como el reproche amargo por la más condenable de las infidelidades.
Es el mismo O'Higgins diciéndonos desde 1817: Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata balo las órdenes del General San Martín.
Elevado por la voluntad del pueblo a la suprema dirección del Estado, anunció al mundo un nuevo asilo, en estos países, a la industria, a la amistad y a los ciudadanos todos del globo. La sabiduría y recursos de la Nación Argentina limítrofe, decidida por nuestra emancipación, dan lugar a un porvenir próspero y feliz con estas regiones.
Es también San Martín quien nos traza la ruta de sus ideales renunciando a todo poder político sobre Chile ante la Asamblea del pueblo chileno que lo proclamaba Gobernador de Chile, con omnímoda voluntad, indicándonos con ello y definitivamente que toda unión entre los pueblos de América no podrá realizarse sino bajo el signo de la libertad y la soberanía.
Sin embargo, cuánta difamación injusta y deleznable hubiese corrido por el mundo de nuestros tiempos con motivo de la carta del Libertador al Cabildo de Mendoza, escrita casi al apearse de su caballo cubierto aUn por el polvo del combate de Chacabuco y en cuyo texto declara: Todo Chile ya es nuestro.
En estos momentos de la humanidad, llenos de mentiras y de malas intenciones, no faltarían los suspicaces que vieran en las palabras del Libertador una confesada intención imperialista, como si sentirnos hermanos no nos otorgase el supremo derecho de llamarnos mutuamente compatriotas, como añoraba ya en 1863 el general Las Heras con los mismos anhelos y sentimientos con que hoy lo añoramos los hombres de aquí o de allá que todavía creemos que los grandes ideales pueden realizarse entre los hombres.
La clave de nuestro propio porvenir
También desde aquellos años difíciles de la Liberación, San Martín nos ha venido señalando la meta de nuestro camino, porque al decirnos: Debo seguir el destino que me llama, nos está urgiendo a repetir con él la misma sentencia que deberá convertirse en la clave de nuestro propio porvenir, gritándonos desde el fondo inapelable de nuestra historia que Debemos seguir el destino que nos llama.
Si alguien osase preguntarnos: ¿Desde dónde nos llama? ¿Hacia qué meta nos conduce ese extraño llamado que se llama "vocación" lo mismo para los pueblos que para los hombres?, la respuesta está bien clara en la historia misma de aquella década heroica de O'Higgins y San Martín, cuyo sentido dinámico nos hicieran olvidar después los hombres pequeños y mediocres que sustituyeron nuestros ideales por el interés, nuestra cultura por la técnica, nuestra verdad por la mentira disfrazada de verdad, nuestros derecho por su mistificación, nuestra justicia por la explotación, nuestra libertad por la entrega consumada en las sombras de la noche y nuestra soberanía por migajas de monedas o por vidrios de colores.
Es el mismo San Martín quien nos llama persistentemente desde 1817 diciéndonos que Chile es la ciudadela de América del Sur, y su gran ideal de constituir una confederación continental golpea en su corazón extraordinario cuando regresa a Buenos Aires en bien de la América -como dicen- y se encuentra en el camino con la carta de Pueyrredón que lo interpreta expresándole: ¡Qué bella ocasión para irnos sobre Lima!
Comunidad de sentimientos e ideales
Nuestra historia común ha recogido también, entre tantas joyas magníficas que vienen a dar su luz en nuestro tiempo, las palabras 'del embajador argentino Guido, colaborador de la conquista de Chile, íntimo de San Martín; y es él mismo quien declara: que el principal objeto de su misión debía ser estrechar las relaciones y vínculos de Chile con las Provincias Unidas y establecer los principios y leyes que debían observar ambos países en lo relativo al comercio recíproco y con los extranjeros sobre la base de la mutua reciprocidad y conven¡encia.
En ningún momento los libertadores de Chile y Argentina y sus personeros e intérpretes directos olvidan que la lucha por los altos y comunes ideales no termina en la independencia y los acuerdos de Argentina y de Chile.
Siempre es América, en particular América del Sur, el gran objetivo de la liberación, pero siempre sobre las bases comunes de acuerdos mutuos que no afecten la soberanía y la libertad de los pueblos emancipados por el ideal sanmartiniano y por el esfuerzo conjunto de los dos libertadores cuyos espíritus presiden, en esta noche extraordinaria, esta comuni6n de sentimientos, de ideales y de voluntad de nuestros pueblos.
A tal punto llega la subordinación del Gran Capitán de los Andes a la soberanía de Chile, que no duda en aceptar, del General O'Higgins, Director Supremo del Estado Chileno, el cargo y las funciones del General en Jefe del Ejército Nacional quese llamó chileno y enarboló la bandera de Chile, aunque formaban en sus filas todos los soldados argentinos que dieron a las fuerzas de la liberación la denominación de "Ejército Unido de los Andes y de Chile: nuevo Ejército Libertador Sudamericano -como le llamaron San Martín y O'Higgins-, nuevo Ejército Sudamericano con destinos solidarios y con glorias comunes.
También desde las páginas comunes de nuestra historia, San Martín, más allá de sus designios militares, nos habla de la unión de nuestros pueblos, de sus comunes inquietudes y de sus concordantes objetivos culturales, sociales, económicos y políticos.
Pero, así como San Martín insiste en la liberación total de América sobre la base de una confederaci6n de naciones con iguales derechos, soberanas y libres, y sobre la necesidad de una mutua complementación social, cultural-; económica y política, el mismo O'Higgins, que comparte con absoluta unidad de concepción las ideas de San Martín, nos recuerda, en diciembre de 1817, comentando a su pueblo la Campaña del Perú: Esta Campaña fijará los destinos de Chile y acaso también los de América, señalándonos así el camino sobre cuyas metas se han ensañado la pequeñez de los mediocres y el egoísmo de los interesados en hacernos olvidar nuestros grandes ideales, que son, desde la decisión común de San Martín y O'Higgins, deberes ineludibles para todos los chilenos y para todos los argentinos.
Señor Presidente, Señores Ministros, Camaradas:
Los recuerdos históricos podrían extenderse casi hasta el límite de lo infinito. Los que he enunciado prueban fehacientemente que no nos hemos equivocado los gobiernos de Chile y de Argentina cuando en el Acta de Santiago que firmáramos el 21 de febrero pasado establecimos solemnemente que era nuestro propósito alcanzar los ideales Comunes e irrenunciables de nuestros pueblos, concretando así el espíritu que animó la unión de Argentina y de Chile en las gestas históricas de la independencia.
[...] Pero en ella no nos hemos olvidado de América, y en un afán generoso que nos impone el espíritu de nuestros pueblos hemos ex-tendido los alcances de nuestros ideales comunes e irrenunciables al ámbito total de las Américas, declarando con la absoluta franqueza que corresponde a dos soldados, uno chileno y otro argentino, intérpretes de dos pueblos dignos cuya voluntad representan, que mediante la acción conjunta y solidaria de Chile y de Argentina pretendemos realizar el ideal panamericano de cooperación entre las naciones y pueblos hermanos del Continente.
Libertad y soberanía amenazadas
Las razones fundamentales que nos impulsan y que nos alientan a realizar esta empresa extraordinaria nos llegan, como acabo de probarlo, de la conformación espiritual de nuestros pueblos, que se nutrieron en sus primeros días de libertad con los altos ideales que obsesionaban, como estrellas polares en la noche de una meta perdida, las miradas y los corazones de nuestros insignes capitanes.
Los tiempos han cambiado en América, pero la libertad y la soberanía de nuestros pueblos siguen amenazadas como en 1817.
Cuando se habla de ellas en el lenguaje formal de los convencionalismos adquiridos, se intenta ocultar habitualmente a nuestros pueblos la dura verdad de los oprobios y de los sometimientos que a veces no queremos confesar.
Ahora va no son los sometimientos ni las opresiones políticas, que por lo menos en 1817 se vestían con uniformes de milicia, los que amenazan o ciegan la libertad y la soberanía de los pueblos de América. Hoy son las inconfesables intenciones de los intereses que pretenden dominar los que, por todas partes, pretenden mantener la división de nuestros pueblos de América para reinar sobre ellos mediante la explotación y la esclavitud más oprobiosas de todos los tiempos.
Por ello, frente a las nuevas fuerzas de carácter económico que pretenden dominarnos, nosotros, chilenos y argentinos, retomando los antiguos ideales de O'Higgins y de San Martín, y pensando como ellos en nuestros pueblos y también en los pueblos de América, hemos decidido realizar la unión de nuestras fuerzas económicas, creyendo que, esta es acaso la última hora que el destino nos ofrece para cumplir con la misión que Dios nos tiene reservada en sus eternos designios insondables.
Presentimos que el año 2000 nos hallará unidos o dominados. Estamos seguros de que la generación del año 2000 será nuestro juez inexorable, y no deseamos que ella nos condene como traidores de nuestros primeros capitanes y menos aún como traidores de nuestros propios pueblos.
Sabemos que en 1953, como en 1817, la infamia y la calumnia se cernirán sobre nuestros planes y amenazarán nuestros ideales. Sabemos ya que hablar de unión entre chilenos y argentinos y con la mismas palabras de San Martín y O'Higgins es merecer el encono de la lucha solapada y artera. Sabemos también que llamarnos "compatriotas" es poco menos que un delito del que nos acusan precisamente todos los mercaderes que prefieren llamar compatriotas a los compradores de libertad y de soberanía.
Pero también sabemos que para dominar a las fuerzas del mal no hay otro camino que el antiguo principio de la conducción que aplicaron, con tanto dolor y con tanto sacrificio, nuestros mayores: la decisión de vencer. Decisión irrevocable y definitiva
No debemos engañarnos ante el porvenir. Ninguna clase de unión se realiza con papeles.
Los pactos firmados suelen ser a veces letra muerta.
Todas las grandes empresas idealistas de los hombres deben enfrentar cada día la acción del enemigo que ahora, como en 1817, no se avergüenza de proponernos, como el virrey de Lima a San Martín, que entreguemos nuestras banderas comunes ofreciéndonos en venta derechos y prerrogativas a cambio de un nuevo acatamiento a los altos dirigentes imperiales.
Sabemos demasiado bien que detrás de nuestras firmas y aun más allá de la letra de cualquier convenio está la fuerza que representa la voluntad mayoritaria de nuestros pueblos, con una ambición insaciable de justicia, de libertad y de soberanía.
Nuestro dilema es definitivo y terminante.
Por un camino se nos muestra la tranquilidad interna e internacional, la ausencia de todas las infamias, mentiras y calumnias que suelen respetar a los gobiernos que se entregan, y junto a ese panorama de bonanza, este primer camino nos presenta también el espectáculo de nuestros pueblos escarnecidos y explotados, sobre cuya dignidad se ensañan todos los atropellos de la fuerza.
El otro camino nos muestra un campo de batalla lleno de encrucijadas, especiales para toda traición, para todo sabotaje, para toda emboscada, y nos prepara una permanente y sistemática campaña de difamación pero, en cambio, por ese camino estrecho, ascendente y espinoso, van nuestros pueblos con la frente bien alta, justos, soberanos y libres.
El pueblo de Chile ha visto en el general Ibáñez al intérprete de sus esperanzas porque ha creído en él y en su decisión de elegir el camino de su pueblo; y yo, precisamente por eso, porque creo en el Presidente Ibáñez y porque soy soldado como él de un ejército del pueblo, lo sigo con mi decisión, que es irrevocable y definitiva, como deben ser las decisiones que toman los soldados cuando están en juego los supremos ideales de la Patria.
Algunos piensan -y así lo proclaman- que la empresa es demasiado grande, dura y difícil, y aun se atreven a añadir que es imposible.
Yo me permito contestarles en nombre de los pueblos de Chile y de Argentina que conozco, siento y quiero con la misma intensidad de mis afectos:
-Si. La empresa es grande, dura y difícil. Es casi imposible, como cruzar en 1817 la Cordillera y empeñar una batalla en Chacabuco. Pero precisamente por eso Dios nos hizo chilenos y nos hizo argentinos; precisamente por eso nos engendraron en la historia San Martín y O'Higgins, y precisamente por eso tal vez entre nuestros pueblos se levanta la Cordillera de los Andes para que mirando sus cumbres y aprendiendo a vencerlas cada día realicemos el ejercicio diario de vencer, que es la única escuela de los pueblos y de los hombres capaces de realizar las grandes empresas que luego la historia contempla con admiración y con asombro.
Contamos con el apoyo total de nuestros pueblos.
Esto lo saben muy bien, entre nosotros y en Chile, los ilustres camaradas de las Fuerzas Armadas que, venidos del pueblo, conocen sus más íntimos anhelos, y son ellos, precisamente, nuestros camaradas chilenos y argentinos, os testigos de honor ante quienes yo entiendo justo y honrado confiar los pensamientos que inspiran esta nueva liberación que nos proponemos realizar con el mismo espíritu y los mismos ideales que presidieron tas gestas de O'Higgins y de San Martín.
V - EL PROYECTO ABC
En la Escuela Nacional de Guerra, Buenos Aires, 11 de noviembre de 1953.
Señores:
He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República Argentina.
Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.
El mundo moderno
Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.
Es indudable que la evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad. Eso es todo cuanto podemos decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad. Si ese problema lotransportamos a nuestra América surge inmediatamente una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.
Es Indudable que el mundo, superpoblado y superindustrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido por lo menos en una escala tan extraordinaria. Todos los problemas que hoy se ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización, sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual. Es tal la influencia de la superproducción y es de tal magnitud la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.
Si ése es el futuro de la humanidad, es indudable que estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.
Comida y materia prima
Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida. Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.
El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima: valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento económicos, y la lucha del futuro será cada vez más económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.
En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.
Ventaja de América
Esto es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.
Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos
elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.
Es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.
Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.
La amenaza
Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado -a lo largo de la historia de todos los tiempos- que cuando se ha carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza. Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimentos ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder jueguen ese poder para despojarnos de los elementos de que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades. Ahí está el problema planteado en sus bases fundamentales, pero también las más objetivas y realistas.
Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días. No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.
Defensa común
Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa en común.
Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.
Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más ó menos abstracta o idealista.
Las uniones americanas
Señores: es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en esto, analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del Continente en una unión de distintos tipos.
Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú. Todos ellos fracasaron por distintas circunstancias. Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria. Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando Chile propuso eso aquí a Buenos Aires en los primeros días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile. Es decir, que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión. Eso fracasó por culpa de la junta de Buenos Aires.
Hubo varios después que fracasaron también por diversas circunstancias. Pasó después el problema a ser propugnado desde Perú, y la acción de San Martín también fracasó. Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.
Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra. Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.
Unidos o dominados
Llegamos a nuestros tiempos.
Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente.
Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes del año 2000, y llegar un poco en mejores condiciones que aquella que nos podrá
deparar el destino o mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.
Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave problema de nuestro tiempo. Quizá en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están suficientemente alejados de nosotros.
Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los pueblos más que los hombres y que los gobiernos.
Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lucidos discursos, pero que terminan al terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos,
que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos, que son los permanentes, porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.
Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizás el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los pueblos, porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.
Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente, porque mientras sea circunstancial, en el orden de la política internacional no tendrá ninguna importancia. Por esa razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina propia, comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y, sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente, de desvirtuar toda posibilidad de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otros Estados.
El primer plan
En 1946 cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición.
No encontramos allí ningún plan de acción, cómo no existía tampoco en IQS ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares
pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regían sus decisiones o designios.
Vale decir que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos iniciativa.
No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizás explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.
Yo no digo que nos vamos a poner nosotros a establecer objetivos extracontinentales para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.
Vale decir que en esto, como se ha dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza que se posee o la fuerza que se necesita para sustentar una política.
Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de hegemonía, de mando y de dirección.
Ponerse adelante
Para ser país monitor -como sucede con todos los monitores- ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan. El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación y los demás van a seguir aunque no quieran. De manera que la hegemonía no se conquista. Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simplemente y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país y, en tercer término, el resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.
Por eso, bien claramente entendido, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros, primero la República Argentina, luego el continente y después el mundo. En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa diremos relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos, y que la absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del continente.
Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa, diremos, unidad económica.
Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, sobre la base de una unidad económica. Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza -que tenemos obligación de soñar- para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.
El A.B.C.
República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. Estos son países reserva del mundo.
Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas de las cuales todavía no hemos explotado nada.
Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta, porque en la humanidad y en el mundo hay una justicia que está por sobre todas las demás justicias, y que algún día llega. Y esa justicia se aproxima para nosotros; solamente debemos tener la prudencia y la sabiduría suficientes para prepararnos a que no nos birlen de nuevo la justicia, en el momento mismo en que estamos por percibirla y por disfrutarla.
Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.
Es indudable que, realizada esta unión, caerán en su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo
agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades.
Vargas e Ibáñez
Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los siete años del primer gobierno,
mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el General Ibáñez.
Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno; Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo mismo.
Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieran prometido esto para dar el hecho por cumplido porque bien sabia que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran. Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer tenazmente a una realización de este tipo, por cuestiones de intereses personales y negocios, más que por ninguna otra causa. Cómo no se van a oponer los ganaderos chilenos a que nosotros exportemos sin medida ganado argentino! ¡Y cómo no se van a oponer a que solucionemos todos los problemas fronterizos para la interacción de ganado, los acopiadores chilenos, cuando una vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino, vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera argentina, vale veinte mil pesos chilenos Ese que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de ese tipo.
Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come el pobre "roto" chileno y que producen ellos. Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.
Por esta razón nunca me hice demasiadas ilusiones sobre las posibilidades de ello; por eso seguimos trabajando por estas uniones, porque ellas deberán venir por los pueblos.
Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido cristalizar en alguna realidad.
Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.
Senñores: sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: ltamaraty, que constituye una institución supergubernamental. ltamaraty ha
soñado, desde la época de su emperador hasta nuestros días, con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil.
Ella los había llevado a establecer un arco entre Chile y el Brasil; esa política debe ser vencida con el tiempo y por un buen proceder de parte nuestra.
Debe desmontarse todo el sistema de ltamaraty, deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que Brasil entre a una, diremos, unión verdadera con la Argentina.
Nosotros con ellos no tenemos ningún problema, como no sea ese sueño de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros, no tenemos ningún inconveniente.
Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ese tampoco va a ser un inconveniente. Pero es indudable que nosotros creíamos superado en cierta manera ese problema.
Yo he de contarles a los señores un hecho que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué tenemos la firme convicción de que al final vamos a ganar nosotros, porque procedemos bien. Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio mal procedimiento: por eso, no emplearemos en ningún caso ni los subterfugios, ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.
Conciencia internacional
Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mi que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después: el mismo tratado.
Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso. Yo agarraba cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente.
Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando le dijera a mi pueblo que quería hacer eso, sabía que mi pueblo quería lo que yo quería en el orden de la política internacional, porque ya aquí existe una conciencia político-internacional en el pueblo, y existe una organización. Además la gente sabe que, en fin, tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo que hacemos.
Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son puntos de vista; son distintas maneras de pensar.
El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno.
Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución; pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes.
Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su Parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los pantalones y jugarse una carta decisiva frente a la política internacional mundial, a su pueblo, a su Parlamento y a los intereses que había que vencer.
Naturalmente, yo esperé. En ese ínterin es elegido presidente el general Ibáñez; la situación de él no era mejor que la situación de Vargas, pero en cierta manera llegaba plebiscitado en todo lo que se puede ser plebiscitado en Chile, con elecciones muy su géneris, porque alía se inscriben los que quieren, y los que no quieren no; es una cosa muy distinta la nuestra. Pero él llega al gobierno naturalmente. Tan pronto llega al gobierno, yo, conforme con lo que habíamos conversado, lo tanteé. Me dijo: De acuerdo; ¡lo hacemos. Muy bien! El general fue más decidido, porque los generales solemos ser más decididos que los políticos. Pero antes de hacerlo, como tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y dije: "Vea, usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo le pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión"
El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile. Naturalmente ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación.
Fui a Chile, llegué allí y le dije al general Ibáñez: "Vengo aquí con todo listo y traigo la autorización del presidente Vargas, porque yo estaba comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil; de manera que todo sale perfectamente bien y como lo hemos planeado, y quizá al hacerse esto se facilite la acción de Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto".
Llegamos, hicimos allá con el ministro de Relaciones Exteriores todas esas cosas de las cancillerías, discutimos un poco -poca cosa- y llegamos al acuerdo, no tan amplio como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en algunas cosas y, es claro, salió un poco retaceado, pero salió. No fue tampoco un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etc.
Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago: que estaba en contra de los pactos regionales, que ése era la destrucción de la unanimidad panamericana. Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez. Al darle los buenos días, me preguntó: ¿Qué me dice de los amigos brasileños?
Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los limites a que había llegado el propio ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves de Fontoura. Claro, yo me callé; no tenía más remedio. Firmé el tratado y me vine aquí.
Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha, viejo periodista de gran talento, director de O Mundo en Río, muy amigo del presidente Vargas, quien me dijo:
Me manda el presidente Vargas para que le explique lo que ha pasado en el Brasil. Dice que la situación de él es muy difícil: que políticamente no puede dominar, que tiene sequías en el norte, heladas en el sur; y a los políticos los tiene levantados; que el comunismo está muy peligroso, que no ha podido hacer nada; en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el ministro ha hecho eso, que él tampoco puede mandar al ministro.
Yo me he explicado perfectamente bien todo esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos. Naturalmente, señores, que planteada la situación en estas circunstancias, de una manera tan plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo, que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera trabajando por esto.
Bien, señores, yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos documentos para la
historia, porque yo no quiero pasar a la historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente
piense en el futuro que si aquí ha habido Cretinos, no he sido yo sólo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el baile del cretinismo.
Política de unión
Pero lo que yo no quería es dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que cuando llegue el momento en que seamos juzgados por nuestros hombres -frente a los peligros que esta disociación producirá en el futuro-, por lo menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.
Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido de que un día lo hemos de realizar todo bien y acabadamente, y que tenemos que trabajar incansablemente por realizarlo. Ya se acabaron las épocas del mundo en que los conflictos eran entre dos países. Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los ''grandes conflictos" y no para los pequeños conflictos.
Esta unión, señores, está en plena elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.
Estamos trabajándola, y el éxito, señores, ha de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, porque, de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y 16 conquista, difícilmente no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.
En esto, señores, estoy absolutamente persuadido de que vamos por buen camino. La contestación del Brasil, buscando desviar su arco de Santiago a Lima,
es solamente una contestación ofuscada y desesperada de una cancillería que no interpreta el momento y que está persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos; eso no puede tener efectividad.
La lucha por las zonas amazónicas y del Plata no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y nada más. No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus factores y en todas sus
características.
La integración latinoamericana
Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los problemas, y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros solucionado nuestros entredichos con Estados Unidos, tal vez esto favorezca en forma decisiva la posibilidad de una unión continental en esta zona del continente americano.
Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un pequeño país; como irán respondiendo otros países del continente, despacito, sin presiones y sin violencias de ninguna naturaleza, así se va configurando ya una suerte de unión.
Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común; primeramente hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el tiempo y con los acontecimientos.
Chile, aun a pesar de la lucha que debe sostener allí, ya está unido con la Argentina.
El Paraguay se halla en igual situación. Hay otros países que ya están inclinados a realizar lo mismo. Si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente a otros
países, no va a tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y ése será el principio del triunfo de nuestra política.
La unión continental sobre la base de la Argentina, Brasil y Chile está mucho más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabajó por esto.
Lo único que hay que vencer son intereses; pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres deben ser vencidos por aquellos; ésa es nuestra mayor esperanza.
Hasta que esto se produzca, señores, no tenemos otro remedio que esperar y trabajar para que se realice: y esa es nuestra acción y esa es nuestra orientación.
Muchas gracias.
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